miércoles, 25 de mayo de 2016

Amanecer

    La tarde anterior al gran despertar estaba entera impregnada del ambiente más sobrio y apacible posible. En realidad, habría sido injusto describir el suceso en un espacio sobrehumano. Sin embargo, la circunstancia en sí, compensaba por sobrado la escasez de prominencia del entorno.
   Por otra parte, Antonio no había reparado en ninguno de los aspectos de la circunstancia, en realidad, esto le importaba más bien poco. No podía ser de otra forma, se encontraba destrozado como si un verdadero tornado lo hubiera abatido por dentro. Esto no era sorprendente, la pérdida de un ser querido siempre supone algo demasiado incontrolable pero que además fuera su mujer, aquella a la que había considerado hospedadora del parásito que a veces le gustaba representar, resultaba incluso más visceral.
   Así es que resultaba comprensible  que Antonio pensara en miles de cosas menos en el cementerio en el cual se encontraba. Tampoco iba a ponerse a pensar en la decadencia de las tumbas que lo rodeaban o en la maravilla de los procesos fotosintéticos que realizaban los cipreses lindantes.
   No, él no podía pensar más que en la muerte de aquella que fue su mujer, de aquella que si alguna vez había sido humana, ya no lo era. Antonio tan solo permanecía existiendo, perdiendo el único candor que le habría gustado mantener,  maldiciendo a su  Dios y preguntándose el sentido de tanta desdicha.
   Su alma maltrecha se encontraba depositada toda entre dos piedras cuando irrumpió un hombre en el jardín que resplandeció bajo la luna.
   -Buenas noches- dijo aquel hombre que había aparecido de una forma casi espectral.
   Antonio no pudo responder, sin embargo, la apariencia de aquel hombre le removió momentáneamente de su estado ensimismado y evadido.
-Supongo que será la presencia de un hombre de mis características la que menos le agrade en estos momentos pero créame que sé bastante sobre el sufrimiento que implica este lugar.
Antonio lo miró con cierto resentimiento  pensando que él no podía llegar a conocer su atormentado sentimiento. El hombre comprendió por su gesto la indignación revuelta y se aventuró a justificarse:
   -He pasado en este cementerio gran parte de mi vida, enterrando y desenterrando seres que alguna vez fueron fulgor,  ornamentando y preparando este lugar para visitantes como usted  y conversando con estos seres que fueron y ya no son pero que sin embargo me consuelan indeciblemente.
Antonio de pronto cambio su actitud probablemente por una nueva sensación que este hombre le produjo. Aún así, mantuvo un pensamiento  letárgico y pesimista que se le hacía de pronto necesario de transmitir.
   -¿Cómo se llama?
   -Tuno.
   -Tuno ¿Ha sentido usted alguna vez un amor tan grande en las entrañas que trascendiera más allá de cualquier vulgaridad y que se calara en usted creándole una sensación inexplicable  incomparable al absurdo amor propuesto que le hacía plantearse necesariamente la existencia de un Alter Ego?
   Su interlocutor se mantuvo imperturbable ante aquí despliegue.
   -Ciertamente he sentido devociones bien animosas aunque no sé si el fervor que usted demuestra es proporcional a un sentimiento existente y en cualquier caso dudo que la complejidad de mi ser me capacite para albergar tales sentimientos.   Es probable que yo no haya sentido eso jamás. Mi esposa es una buena mujer y desde luego la quiero e idolatro como madre de mis hijos aunque es probable que en un mundo libre hubiera sido mi hermana más de mi apetencia y disfrute debido a mi inconfesable voluntad.
Ante tal estímulo Antonio no pudo más que reparar en la impotencia de su aprisionamiento, solo pudo sentirse como un ser rebajado, sésil y ahogado, carente de libertad. Contempló a lo lejos una fechoría juvenil que ahora se le antojaba como una triste ilusión desmerecedora que además resultaba insultante para la propia libertad.
Tuno se mantuvo expectante y al contemplar el hastío de su conversador se aventuró a hablar con cierta sabiduría que por otra parte poseía un carácter contradictorio al altercarse con periodos de máxima simpleza humana.
   -Amigo, hoy  la noche lo destrozará, pero el día le recompondrá, la pura exaltación de la verdad evidenciada por un triunfal amanecer le sanará. Solo la verdad le defenderá.
   La palabra  verdad retumbó en Antonio. Aquella idea de una verdad dogmática que él se había planteado con anterioridad como una utopía indiscernible parecía desmentida con credibilidad por aquel hombre que además proponía que esta era pragmática, que podía ayudarle a abordar el momento.
   Tuno ante el silencio continuó:
   -La desvirtuada virtud será desmentida. Para poder vivir en paz, habrás de sufrir toda emoción y designio, todo sin criba ha de atravesarte los huesos, hincharte los párpados  e inundar tu sangre. El odio, el amor, el perdón y el desgarro interior tienen que ser para que tú seas, para que puedas comprender. Al amanecer te expondré la verdad.
   Antonio se mantuvo absorto y en silencio durante horas contemplando alternativamente a aquel extraño hombre y el lugar por donde debía salir el sol.
  Tras horas de incertidumbre, por vez primera Antonio apartó la vista de Tuno durante escasos segundos mientras contemplaba la excelsitud  del amanecer.
   Habló al fin:
   -¿Y bien?
   Al no hallar respuesta giró su cabeza y contempló con horror la catástrofe de la humanidad digerida, el delirio de la verdad arrojada. La nada. Tuno ya no estaba allí.
   Puede que la realidad fuera esa, la verdad paradójicamente pragmática, la utilidad personal de averiguar que no había una verdad y que por tanto no había intención o sentido… ¡Que la moral era absurda!
   Antonio exacerbado en todas las fibras de su cuerpo  fue perdiendo el color poco a poco junto con todo sentimiento. Así cedió su alma a la pura voluntad, así toda la exaltación que aquel  amanecer de autenticad exponía era aportado por todo lo que el perdía, así todo aquel que contempló aquel amanecer, admiró el alma derramada de Antonio que había perdido toda su condición humana convirtiéndose en  un ser volátil que ya no se araña, desgarra o amortaja.

    Que ya no es humano, que ya no es fulgor.